Hace viento. Tengo frío.
Quizás sea demasiado tarde, o demasiado temprano, según lo quieras mirar, para recordarte todas esas chorradas que te suelo decir por teléfono. Quizás estés demasiado cansado para escuchar mi melosa cantinela, pero sé que un poquito de tu cuerpo me escucha todavía y que eres capaz hasta de articular una mínima sonrisa al notar que suspiro. Los días son demasiado largos, ¿verdad? Ojalá hubieran más noches y más primeros de diciembre para darnos todos los besos que aún nos guardamos, porque a mí se me salen de las mangas. Te quiero, a ti y a lo que es tuyo, a tus más y a nuestros menos que acaban siendo más aún que los mases, a tu serenidad que se combina a la perfección con mi locura y restos de niñez, que parecen no marcharse jamás.
Hace viento. Tengo frío. No para de llover.
Y te necesito más que a nadie, más que nunca. Así que me voy a la cama, ya es tarde y, como cada noche, me estarás esperando desde hace rato pero ya sabes que las palabras me salen de madrugada.
Quizás sea demasiado tarde, o demasiado temprano, según lo quieras mirar, para recordarte todas esas chorradas que te suelo decir por teléfono. Quizás estés demasiado cansado para escuchar mi melosa cantinela, pero sé que un poquito de tu cuerpo me escucha todavía y que eres capaz hasta de articular una mínima sonrisa al notar que suspiro. Los días son demasiado largos, ¿verdad? Ojalá hubieran más noches y más primeros de diciembre para darnos todos los besos que aún nos guardamos, porque a mí se me salen de las mangas. Te quiero, a ti y a lo que es tuyo, a tus más y a nuestros menos que acaban siendo más aún que los mases, a tu serenidad que se combina a la perfección con mi locura y restos de niñez, que parecen no marcharse jamás.
Hace viento. Tengo frío. No para de llover.
Y te necesito más que a nadie, más que nunca. Así que me voy a la cama, ya es tarde y, como cada noche, me estarás esperando desde hace rato pero ya sabes que las palabras me salen de madrugada.