miércoles, 27 de enero de 2010

16/06/09, te necesito


Hace viento. Tengo frío.
Quizás sea demasiado tarde, o demasiado temprano, según lo quieras mirar, para recordarte todas esas chorradas que te suelo decir por teléfono. Quizás estés demasiado cansado para escuchar mi melosa cantinela, pero sé que un poquito de tu cuerpo me escucha todavía y que eres capaz hasta de articular una mínima sonrisa al notar que suspiro. Los días son demasiado largos, ¿verdad? Ojalá hubieran más noches y más primeros de diciembre para darnos todos los besos que aún nos guardamos, porque a mí se me salen de las mangas. Te quiero, a ti y a lo que es tuyo, a tus más y a nuestros menos que acaban siendo más aún que los mases, a tu serenidad que se combina a la perfección con mi locura y restos de niñez, que parecen no marcharse jamás.
Hace viento. Tengo frío. No para de llover.
Y te necesito más que a nadie, más que nunca. Así que me voy a la cama, ya es tarde y, como cada noche, me estarás esperando desde hace rato pero ya sabes que las palabras me salen de madrugada.

sábado, 16 de enero de 2010

La tregua


Desde el dormitorio, ella me llamó. Se había levantado, así, envuelta en la frazada, y estaba junto a la ventana mirando llover. Me acerqué, yo también miré cómo llovía, no dijimos nada por un rato. De pronto tuve conciencia de que ese momento, de que esa rebanada de cotidianidad, era el grado máximo de bienestar, era la Dicha. Nunca había sido tan plenamente feliz como en ese momento, pero tenía la hiriente sensación de que nunca más volvería a serlo, por lo menos en ese grado, con esa intensidad. La cumbre es así, claro que es así. Además estoy seguro de que la cumbre es sólo un segundo, un breve segundo, un destello instantáneo, y no hay derecho a prórrogas.
[...]
Pero ella estaba conmigo, podía sentirla, palparla, besarla. Podía decir simplemente: "Avellaneda". "Avellaneda" es, además, un mundo de palabras. Estoy aprendiendo a inyectarle cientos de significados y ella también aprende a conocerlos. Es un juego. De mañana digo: "Avellaneda", y significa: "Buenos días". (Hay un "Avellaneda" que es reproche, otro que es aviso, otro más que es disculpa.) Pero ella me malentiende a propósito para hacerme rabiar. Cuando pronuncio el "Avellaneda" que significa: "Hagamos el amor", ella muy ufana contesta: "Te parece que me vaya ahora? ¡Es tan temprano!" Oh, los viejos tiempos en que Avellaneda era sólo un apellido, el apellido de la nueva auxiliar (sólo hace cinco meses que anoté: "La chica no parece tener muchas ganas de trabajar, pero al menos entiende lo que uno le explica"), la etiqueta para identificar a aquella personita de frente ancha y boca grande que me miraba con enorme respeto. Ahí está ahora, frente a mí, envuelta en su frazada. No me acuerdo cómo era cuando me parecía insignificante, inhibida, nada más que simpática. Sólo me acuerdo de cómo es ahora: una deliciosa mujercita que me atrae, que me alegra absurdamente el corazón, que me conquista. Parpadeé conscientemente, para que nada estorbara después. Entonces mi mirada la envolvió, mucho mejor que la frazada; en realidad, no era independiente de mi voz, que ya había empezado a decir: "Avellaneda". Y esta vez me entendió perfectamente.





Hoy, en vez de escribir yo misma el texto, lo cojo prestado del maestro Mario, que dice mucho de lo que me ocurre a cada momento desde que estamos juntos. Es genial, tremendamente genial verme reflejada en este libro, llevo desde la primera página impresionándome con cada cosa que ocurre, cada historia contada, cada beso que se dan el señor Santomé y Avellaneda, cada palabra que sale de sus respectivos labios. No sé, es una historia diferente, como lo es la nuestra. Desde el primer día (noche), desde el primer beso (y el primer sobresalto). Me cambiaron los esquemas, más bien me los cambiaste y no sabes cuánto te lo agradezco.

Y ahora, a estudiar se ha dicho, que me espera una semana complicada, con tres exámenes por delante y el nerviosismo que suelo tener en estas épocas. Mamá, voy a morir.